viernes, 10 de agosto de 2007

Cambio social




LA IDEA DEL CAMBIO SOCIAL
Por Felipe Varela


Una idea recorre el mundo y se instala, de manera casi generalizada, en la agenda de los gobiernos de los Estados modernos: el cambio social, asociado a la antigua idea del progreso y también a la de bienestar común.

¿Es posible cambiar a nuestras socieda­des? ¿Tiene sentido el cambio social en estos tiempos de globalización? Éstas son dos preguntas que se plantean humanis­tas, científi­cos, artistas y perso­nas de diferen­tes condiciones.

Pensar el cambio en tiempos en que se habla constante­mente sobre el tema no es una tarea fácil. La idea de que nuestras socie­dades requieren del cambio social dejó de ser exclusiva de una sola ideología. Hoy el discurso de los dife­rentes Estados moder­nos enfatiza dicha ne­cesidad.

La búsqueda y valora­ción del cambio social son las promesas de unificación de Europa, las moder­nas campañas de los partidos políticos en prácticamente todo el mundo luego del fin de la Guerra Fría, las demandas de la sociedad estadounidense a partir del 11 de septiembre de 2001, los esfuerzos por pacifi­car el Medio Oriente, los encuentros entre la guerrilla y gobiernos de Centro y Sudamérica: todos enfati­zan en la necesidad de un cambio, no sólo social sino también económico, po­lítico y cultural.

Asimismo, con el establecimiento de acuerdos internacionales en materia de derechos humanos (los cuales han sido apoyados y también promovidos por nuestro país) y para erradicar todas las formas de la discriminación, los Esta­dos modernos reconocen cada vez de manera más abierta el legítimo derecho de las personas y los pueblos a vivir mejor, a cambiar. Porque l a idea del cam­bio como concepto genérico y abstracto, aplicado a todas las esferas del que­hacer humano, está asociado a la búsqueda de algo mejor, y vinculada gene­ralmente con la evolución y el crecimiento en un sentido positivo.

Los esfuerzos teóricos por comprender el cambio social

Pensar el cambio social ha sido la gran aventura teórica de la disciplina lla­mada sociología. Qué cambia y qué permanece, cómo se transforman las so­ciedades y por qué, cuáles son los factores que intervienen para ello, cuál es el ritmo y cuáles las consecuencias. Estas preguntas se han tratado de responder desde distintos enfoques metodológicos a través de la historia de las ciencias sociales.

Augusto Comte, el padre de la sociología y pionero de la idea de cambio social, dividió el sistema de su teoría en dos partes separadas: estática social y diná­mica social. Comte comparó los sistemas sociales con un organismo y señaló que la estática social estaba concebida como el estudio de la anatomía de la sociedad humana, de las partes que la componen, como un cuerpo humano (órganos, esqueleto, tejidos, etcétera), mientras que la dinámica social se con­centraba en la fisiología de los procesos que operan dentro de la sociedad, como las funciones corporales (respiración, circulación, etcétera), que produ­cen como último resultado el desarrollo de la sociedad.

La fuerza de la sociedad

El cambio social es producido por distintos agentes, pero entre todos hay uno que en la época moderna se ha vuelto más relevante. Son los movimientos so­ciales, quizás las fuerzas de cambio más potentes de nuestra sociedad.
Muchos autores los ven como una de las fuerzas principales de la historia a través de la cual la sociedad se reconstru­ye, e incluso llegan a señalar que los movimientos de ma­sas y el conflicto que generan son los agentes primarios del cambio social.

Lo cierto es que algunos cam­bios pueden originarse desde abajo, en las actividades realizadas por gente corriente, con diversos grados de cohesión; otros pueden suscitarse desde arriba, en las actividades de gober­nantes, mandatarios, etcétera. El resultado acumulado y combinado de las ac­ciones dispersas individuales son las tendencias que pueden dar lugar a movi­mientos sociales.

En nuestras sociedades, por sus dinámicas y sus avances en materia social, los fenómenos y los sucesos sociales son también irreversibles: se instauran en la legalidad y legitimidad de los Estados a través de sus leyes e institucio­nes. Una vez que algo ha sucedido no puede ser deshecho. Es decir, la vida no puede desvivirse. Heráclito expresó esto en la antigüedad en su famosa propo­sición de que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río. En otras pala­bras: la acción en su repetición no puede ser siempre la misma.

Las revoluciones

Las revoluciones son las manifestaciones más espectaculares del cambio so­cial. Señalan rupturas funda­mentales en el proceso histó­rico, dan nueva forma a la so­ciedad humana desde dentro y remodelan a la gente. No dejan nada como antes, cierran épo­cas y abren otras nuevas. En apariencia estos movimientos sociales permiten a las socie­dades y a sus miembros revita­lizarse. En este sentido, las re­voluciones serían signos de salud social.


Algunos historiadores coinciden en que la modernidad surgió como consecuen­cia de las grandes revoluciones: la francesa y la independencia estadouniden­se, las cuales proporcionaron el entramado político e institucional de la moder­nidad: la democracia constitucional, el imperio de la ley y el principio de sobe­ranía de los Estados-nación. La Revolución Industrial británica proporcionó la fundación económica: la producción industrial por medio del trabajo libre en asentimientos urbanos, dio lugar al industrialismo y al urbanismo como nuevas formas de vida y al capitalismo como nueva forma de apreciación y distribución.

La idea del progreso

Las revoluciones son las manifestaciones más espectaculares del cambio so­cial. Señalan rupturas fundamentales en el proceso histórico, dan nueva forma a la sociedad humana desde dentro y remodelan a la gente. No dejan nada como antes, cierran épocas y abren otras nuevas. En apariencia estos movi­mientos sociales permiten a las sociedades y a sus miembros revitalizarse. En este sentido, las revoluciones serían signos de salud social.

Algunos historiadores coinciden en que la modernidad surgió como consecuen­cia de las grandes revoluciones: la francesa y la independencia estadouniden­se, las cuales proporcionaron el entramado político e institucional de la moder­nidad: la democracia constitucional, el imperio de la ley y el principio de sobe­ranía de los Estados-nación. La Revolución Industrial británica proporcionó la fundación económica: la producción industrial por medio del trabajo libre en asentimientos urbanos, dio lugar al industrialismo y al urbanismo como nuevas formas de vida y al capitalismo como nueva forma de apreciación y distribución.

La ciencia y la razón dieron sustento a la fascinación por la idea del progreso, a partir del Renacimiento. Sin embargo, el siglo XX marcó su auge y ocaso, por el cual se afirma que el conocimiento humano es acumulativo a través del tiempo y se enriquece y perfecciona. Lo que esto implica es que el conoci­miento avanza por sí mismo y, gracias a su propia inercia, de forma constante y gradual en beneficio de la humanidad.

Las primeras raíces de la idea de progreso pueden encontrarse en la antigüe­dad griega. Los griegos percibieron el mundo en un proce­so de crecimiento, pa­sando por etapas fijas (épocas) y produciendo avance y mejora.

La segunda fuente del concepto se encuentra en la tradición religiosa judía. El énfasis bíblico en las profecías y los profetas implica una imagen sagrada de la historia, guiada por una voluntad divina y, por lo tanto, predestinada y necesa­ria. El diseño de una historia que abarca a toda la humanidad está presente desde el principio y su culminación final es la “edad dorada” o paraíso.

Ambas líneas de pensamiento, la griega y la judía, se unen en la tradición ju­deocristiana, que abarca toda la cultura occidental durante los siglos siguientes, principalmente en el siglo XX, en el que según el escritor argentino Ernesto Sá­bato, produjo una fe ciega, agudizada por el racionalismo, la doctrina de la ra­zón que devino en una especie de fanatismo religioso.

Sin embargo, la idea de progreso parece haber entrado en declive durante el siglo XX. Cuando se intenta hacer un balance del siglo pasado muchos obser­vadores ya lo denominan “el siglo del holocausto”, porque es un siglo que fue testigo del holocausto y los campos de concentración, las dos guerras mundia­les, la extensión del desempleo y la pobreza, etcétera. Por todo ello no debería sorprendernos que se haya extendido la desilusión y el desencanto con la idea de progreso.

Hoy se habla menos de progreso y más de cambio social. Un cambio en la idea de progreso pone de manifiesto que las sociedades, las culturas y las organi­zaciones políticas no son homogéneas. Se hace evidente la diversidad de ideologías y de organizaciones sociales en el mundo, pero aún se pretende que esta variedad es debida a los diferentes estadios de desarrollo o de progreso que algunas sociedades han alcanzado.

Globalización y cambio social

¿Qué papel tiene la idea de cambio social cuando se habla de globalización? Una de las tendencias históricas particularmente señaladas en nuestra era mo­derna, es el movimiento hacia la globalización. Puede definirse como el con­junto de procesos que conducen a un mundo único. Las sociedades se vuelven interdependientes en todos los aspectos de su vida: político, económico y cultu­ral. Ningún país es una isla autosuficiente.

Las antiguas sociedades tenían un heterogéneo mosaico de unidades sociales aisladas, diversificadas y plurales. Coexistían múltiples entidades políticas se­paradas como tribus, reinos, imperios, etcétera. Había economías interdepen­dientes, cerradas, y también culturas indígenas que conservaban su identidad.

La sociedad presente muestra un cuadro completamente diferente. En el terre­no político encontramos unidades supranacionales de diverso alcance: bloques políticos y militares, coaliciones, organizaciones internacionales, etcétera.

A partir de mediados del siglo XX, la tendencia a la globalización ha cambiado la cualidad fundamental de los procesos históricos. Cualquier suceso que ocu­rre en cualquier lugar, tiene determinantes y repercusiones globales. Todos los procesos históricos, incluidos los esfuerzos de grupos o gobiernos por lograr el cambio social, tienen que ser estudiados en un contexto global.

En este ambiente globalizado, los esfuerzos de las sociedades por lograr un cambio en sus organizaciones o en sus estructuras sigue siendo uno de sus mayores retos, y habida cuenta de que el bien común es el objetivo primordial de los Estados, lograr esto es un imperativo ético de todos: gobiernos y socie­dades.

Si la globalización de las economías y los mercados genera, además la globali­zación de las ideas y de las soluciones, el cambio social debe ser un fenómeno que integre a los pueblos africanos, asiáticos, europeos y americanos en un mundo mejor.

Ante la pregunta de si tiene sentido el cambio social en nuestras sociedades, la respuesta sigue siendo sí, y a la pregunta acerca de qué papel juega el cambio de nuestras sociedades globalizadas en un mundo con hambrunas, torturas y discriminaciones, la respuesta está en la consideración de que en definitiva un mundo que no es habitable para algunas personas o pueblos enteros no podrá serlo de manera cabal para nadie.

Bibliografía:

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Augusto Comte. Curso de filosofía positiva. Ed. Alianza, Madrid, 1978.

Ernesto Sábato. Hombres y engranajes. Ed. Alianza, Madrid, 1987.

Piotr Stompka. Sociología del cambio social. Ed. Alianza, Madrid, 1999.

Teresa de Montagut. Política social: una introducción. Ed Ariel. Barcelona, 2000.

MESOGRAFÍA

Fuente: VARELA, Felipe, (año desconocido), “La idea del concepto de cambio social” consultado el 07 de agosto del 2007 de http://sepiensa.org.mx/contenidos/2005/ideaDeCambio/ideaC_1.htm

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